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Buena corteza: el corcho

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Hace 15 años, vinícolas y enólogos del mundo debatían su funcionalidad para sellar botellas de vino. Hoy, el corcho ha reconquistado a la industria gracias a la unión de métodos artesanales y tecnología de vanguardia.

Extraído de la corteza del alcornoque mediterráneo (quercus suber), el corcho fue valorado desde la antigüedad como un efectivo sistema de aislamiento. Contiene, además, compuestos naturales que favorecen el desarrollo balanceado y armónico de todo tipo de vinos.

Según explica Carlos de Jesús, director de mercadotecnia y comunicación de Amorim & Irmãos, la producción de un tapón de corcho, además de tecnología, requiere paciencia y tiempo.

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“Si pensamos en el más humilde de los tapones para sellar una botella súper económica de vino, hablamos de al menos 43 años de trabajo.

“El proceso inicia en los montados (bosques de alcornoque): cada árbol debe tener al menos 25 años de edad antes del primer corte. La primera extracción no da corcho de calidad, tampoco la segunda; hay que esperar hasta la tercera”, describe De Jesus.

“La ley marca esperar 9 años entre cada corte. Un vino embotellado el año pasado puede tener un tapón extraído de un árbol con 100 o 150 años de edad”.

De la plantación, a la botella

De cada alcornoque se extraen entre 40 y 60 kilos de corteza útil para la producción corcho, ésta se retira siguiendo la tradición: manualmente, con hacha y cuña, para no lastimar a los árboles.

Las placas reposan seis meses al aire libre para estabilizar su estructura y ganar humedad.

“El primer proceso es dar un lavado con vapor a las tiras de alcornoque y volver a secarlas. Una vez limpias, se cortan según el largo del tapón a producir.

“Las placas de mayor calidad, es decir, aquellas que presentan menos defectos y porosidad, se destinan a corte manual; el resto se procesa mecánicamente”, detalla Joana Mesquita, de Amorim & Irmãos.

Los tapones naturales se pulen con piedras para ajustar su calibre. Cada pieza pasa por un sistema de selección que clasifica su nivel de porosidad; los de superficies homogéneas se destinan a grandes vinos.

“Todos los tapones vuelven a lavarse con agua y, a petición de algunas vinícolas, pueden blanquearse con peróxido de hidrógeno.

“Después se tratan para extraer el TCA (tricloroanisol, contaminante que confiere olor y sabor a corcho). Los procesos más modernos logran reducir el contenido hasta 0.5 nanogramos por tapón, garantizando así su seguridad”, confiesa Mesquita.

Ya listos, los corchos naturales se someten a una inyección de aire para identificar posibles fisuras. Este proceso garantiza que sean lo suficientemente capaces de proteger al vino durante décadas.

“Los tapones demasiado porosos y las cortezas restantes del corte se trituran y se utilizan para tapones técnicos. Estos se elaboran por extrusión o moldeado individual con aglomerante alimenticio -libre de aromas y sabores- y también se prueban con inyección de agua. Tras el moldeado, se pulen para conseguir el calibre deseado”.

Tapones naturales

Extraídos enteros de una única tira de corteza de alcornoque. Las piezas de mayor calidad se cortan manualmente y después se pulen. Se destinan al sellado de vinos de guarda y alta calidad.

Tapones técnicos

Llamados conglomerados, se elaboran con trozos de corcho natural moldeados y pegados con cola de grado alimenticio. Son para sellar vinos de pronto consumo, máximo seis meses tras su embotellado.

Para espumosos

Se elaboran de corchos técnicos a los cuales se adhieren discos delgados de corcho natural. El diseño permite soportar la presión del gas al interior de la botella y favorece un desarrollo balanceado y armónico.

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