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Fue recordado Max Mejía: artista, político y activista

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“Era un joven de 60 años, inquieto. Tenía diferentes facetas… Max sabía que la muerte estaba junto a él”, con estas palabras, Luis Manuel Reza describió a su amigo de años, Max Mejía, con quien compartió su activismo político, social y cultural, hasta el 16 de febrero pasado, cuando Max falleció.

Apenas el año pasado tuvo un infarto y estuvo en un periodo de convalecencia, su mayor molestia, según decía el artista, no eran los dolores, sino la incapacidad para desplegar su energía. Cuando se recuperó, inmediatamente retomó su activismo en lo que siempre amó, hasta el último de sus días: el arte y la cultura.

A dos días de su muerte, familiares, amigos, compañeros artistas y activistas, lo despidieron con una ceremonia en el Pasaje Rodríguez, uno de los espacios situados en la zona Centro de Tijuana, que durante años fueron abandonados debido a la inseguridad, pero que hasta hace unos meses resurgieron como parte de un proyecto de cultura impulsado por Mejía.

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Para ese día, montaron un escenario con mamparas de donde caían telas guinda. En las paredes, colgaban al menos dos de sus fotografías más conocidas, una de ellas captada por Alfonso Lorenzana, fotógrafo tijuanense y amigo entrañable.

Desde las 20 horas, decenas de personas llegaron para decirle adiós, en medio de palabras y testimonios de su legado como activista. Cada uno recordó su trabajo, alguna anécdota, pero en especial, su familia agradeció el cariño de la gente.

Su amigo de juventud, Reza, recordó a Max como un hombre con una energía inquebrantable, con vocación para cumplir lo que se proponía, casi siempre, dijo, para construir y rescatar espacios para la comunidad, o para apoyar a grupos vulnerables.

“Conocí a Max en 1988 en la Ciudad de México, cuando ambos apoyamos la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas… Llegué a vivir a Tijuana en 1995 y nos reencontramos… parecía más activo que nunca: teatrero, activista social, promotor cultural, militante perredista... ¡Era todo!”.

Reza, asegura que Max siempre se identificó como un político de izquierda, en toda la extensión de la palabra, así se asumía, pero no con la izquierda sectaria ni cerrada. Para él la participación de la gente en la política era importante porque decía que tenía que ser vista con una visión ciudadana.

Después de su encuentro con la vida política, encontró en el arte un nicho de oportunidad para crear proyectos para combatir la inseguridad en Tijuana; pero no fue lo único, también empezó a trabajar con grupos minoritarios, con aquellos que nadie quería: homosexuales, prostitutas y personas con VIH.

“Fue un reto pero siempre lo asumió, siempre estuvo en contra de estas posturas conservadoras, durante la época de violencia en la ciudad, me acuerdo que nos pidió que nosotros tomáramos las calles pero con actividades culturales”, explicó.

Aunque era originario de Colima, y desarrolló sus actividades políticas, principalmente en el centro del país, para Max, Tijuana fue su casa, la que él eligió.

“Esta ciudad pierde a un ciudadano, de sus grandes defensores, Max estaba enamorado de Tijuana, del arte y de la cultura… en sus últimos años presidió una organización que se llamó Queremos Tijuana, que nos dio origen para el renacimiento de algunos sitios abandonados en la zona Centro… vio una luz en el arte y la cultura, decía que esa era la esperanza para nosotros”.

Además de apoyar a grupos vulnerables, de participar en la vida política, Max también realizó diferentes proyectos culturales para recuperar espacios abandonados en la ciudad, así como también encabezó dos revistas: Frontera Gay, y El Arte de vivir.

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